martes, 6 de noviembre de 2007

revolcada entre la espuma

Entonces veo el mar.

Después de una hora en coche llegamos a un pueblo de casas con fachadas de colores y calles estrechas que bajan hasta la playa. Creo que sonrío y me siento en la orilla: estoy enfrente del mar y todo está brillante y lleno de sol. Así parece que todo se cure o, al menos, que todo importe muy poco. Todo se deshace aquí, a la orilla del Mediterráno y su azul eléctrico. Y yo, eléctrica, me quito la ropa y me baño en el agua fría de noviembre del mar eléctrico. Después, en la arena, mi cuerpo tendido al sol, cumplo con mi ritual de playa: lamer la piel salada después del mar para notar la sal en mi boca.

Como hacen las gatas, antes de seguir vagando por los tejados.

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