viernes, 9 de enero de 2009

nueva

¿Te acuerdas de que te hablé del verbo transformar? Fue porque comprendí lo que el año pasado me estaba queriendo decir. Conseguí descifrar los mensajes. Estaban en clave. Escondidos. Mordiéndome.

Mira que a mí me gustan los mordiscos, pero claro, no todos son iguales. Y hay veces que la carne se hunde bajo los dientes y ya no hay quien se quite el cardenal.

Así que elegí el verbo, mi verbo. Había una lista muy larga, dudé, me puse la yema del dedo índice sobre la boca, señalé y me lo llevé a casa: transformar. ¿Para regalo? No, gracias, me lo llevo puesto.

Eso sí, antes de pagar, transformar me advirtió de unas cuantas cosas: puede que no sea lo que tú piensas, a veces me pongo pesado, tendrás que pasar algunas noches sin dormir, tendrás que llevarme siempre contigo…Pero mi verbo y yo estábamos hechos el uno para el otro. Déjate de tonterías y vente conmigo. Y transformar me siguió o yo a él o no sé.

Después de mucho tiempo juntos, mi verbo me recordó que su fecha de caducidad estaba cerca. A partir de ese día, sólo podríamos hablar de vez en cuando. Ya nos volveremos a ver, me dijo, además ya sabes que tengo mucho trabajo.

Transformar me dio un abrazo enorme el día que se fue, hace muy poco. No me dio pena, los dos teníamos que irnos, el trabajo estaba hecho, la transformación, completa. Tampoco fue exactamente como esperaba: no fue de repente, no se anunció con grandes avisos, no me levanté un día y sentí diferente. Pero ocurrió.

Y ahora elijo nuevos verbos. Aquí estoy, nueva con el año.