domingo, 14 de agosto de 2011

la campana


A veces, la campana de cristal es enorme, transparente, lejana. Tanto, que apenas puedo verla en el horizonte. Entonces, el aire me sobra, los pulmones se expanden, mi cabeza y mi cuerpo se mueven ligeros.

Otras, en cambio, la campana es pequeña, a veces casi minúscula. Entonces, me vuelvo una mosca que zumba y aletea como puede, que da vueltas, que de tanto pensar ya casi ni piensa. Me asfixio. Cuando eso sucede, le doy vueltas a la cabeza preguntándome por qué. ¿Por qué a veces hay tanto espacio y otras tan poco? ¿Qué es exactamente lo que hace que a ratos respire y a ratos me ahogue?

Anoche, por ejemplo, tumbada en la cama. Estaba casi dormida cuando algo dió un vuelco. Abrí los ojos, o más bien se me abrieron, el pecho me palpitaba, algo me hacía cosquillas. Era el miedo. La muerte.